Pretendía titular este nuevo post haciendo una analogía con la canción de Sting «an Englishman in New York», no obstante, me he dado cuenta de que Sting, cuando se sentía perdido en Nueva York, tenía una actitud que le aseguraba un anclaje de confianza en su viaje cuando se sentía un alien: «I’m an alien, I’m a legal alien». Para quien no lo sepa, aquí dejo la letra para que veáis por dónde van los tiros. Me ha gustado su filosofía «Englishman in New York» y por eso voy a aplicarla a cuando visitamos sitios de interés cultural y artístico.

Todos podemos sentirnos perdidos alguna vez. Ya sea en la vida, en una ciudad que no conocemos, en la selva del Amazonas, cruzando el desierto del Sahara, en la tundra siberiana o en un museo. Creo que el último caso, es el lugar menos complejo en el que desarrollarse.
Precisamente el museo es un escenario muy polivalente y cada vez cobra más funciones y significados. El museo decimonónico, el cementerio de obras de arte, templo de la erudición elitista, lugar semi vacío de almas pero abarrotado de cuadros sin dejar un centrímetro libre en la pared, es también algo que se ahogó en el pasado, como muestra este cuadro de Hubert Robert:

Las cosas han cambiado un poco desde entonces y el público también. Visitar un museo hoy en día puede ser incluso una experiencia estresante (bueno, a mí es que me encanta quejarme, ojalá me pagasen por cada queja que hago al día). La actitud del visitante ha cambiado y eso se nota a la hora de oler el ambiente en según que museos. Y digo según que museos, porque no todos son un receptáculo de «cosas-que-hay-que-ver-para-decir-que-has-visto». De ahora en adelante me referiré al visitante-turista enfadado porque está de vacaciones, e irse de vacaciones, ya sabemos que es un ejercicio peligroso que no siempre es agradable. Que no nos digan lo contrario.
Las guías turísticas de la Lonely Planet han hecho mucho daño. Cuando se planea un viaje y en ese viaje incluye visitar museos (algo totalmente normal en nuestros días, para eso existe el turismo cultural) hay una serie de lugares que son un must. Para nosotros, algunos pueden llamarnos más la atencion que otros. Por ejemplo, yo en el caso de ir a Nueva York -como Sting en el ’89-, antes utilizaría mi tiempo para ir al Cloisters o al Metropolitan Museum que no al New York Police Museum. Sobra decir que a mí la policía me interesa más bien poco y menos su historia. Sin embargo, me he encontrado el caso de personas, que visitan museos como si fueran cromos coleccionables ¿Y qué tiene de malo visitar muchos museos? Diréis:

No me malinterpretéis, ir a museos es muy sano. Pero no lo es cuando en realidad te importa más bien poco lo que hay dentro de ellos. Es algo que aun que no lo parezca, requiere una especie de actitud previa. Nadie elige pasarlo mal y estar a disgusto cuando encima tienes que gastarte el dinero en la entrada. Mal que nos pese, existe gente así. Gente que va predispuesta al escepticismo cuando no están obligados a asistir a un lugar, personas que saben que en ese sitio en cuestión lo van a pasar mal porque no les interesa el contenido y van. Eso es lo que he podido experimentar como trabajadora de cara al público en un museo muy turístico. Es algo que me fascina cada vez más y he decidido escribir sobre ello.
Van a ese museo o galería, se enfadan por la larga cola que les espera, entran y pagan la cantidad que sea y comienzan la visita de la colección casi con asco, con lo cual, la cota de predisposición queda muy baja. A los 5 minutos de entrar ya preguntan donde está la tienda de regalos y la cafetería. Es como cuando vas a Disneyland París con tus padres con 15 años, sabes que va a ser horrible. Para colmo de los colmos, rematan su enojo SENTENCIANDO: «ya vi en Tripadvisor que este museo era una pérdida de tiempo». Apaga y vámonos.
Como persona que ama el arte y también el contenedor que lo protege, pienso que lo más importante es hacer una lista de prioridades cuando nos vamos a convertir en visitantes y a partir de ahí formarse unas expectativas ¿Qué obras hay en ese museo que conozco y que me interesan? ¿Qué otras no tengo ni idea pero me gustaría conocer? ¿Me gusta realmente el estilo pictórico o el arte de la época de las obras que ahí se exponen? ¿Me lo voy a pasar bien descubriendo lo que hay o prefiero irme a lo que ya conozco? Parece que no, pero son preguntas que no vendría mal plantearse a la hora de visitar un museo/galería/lugar de interés.
Simplemente se trata de tener una buena actitud y predisposición, una especie de humildad que allana el terreno que será posteriormente cultivado con esa experiencia visual a la que vamos a asistir. No hace falta forzar nada. Simplemente se trata de salir por la puerta con una sensación de plenitud estética y muchas dudas que nos atormentarán durante las próximas horas.
Algo parecido a: «-Pues yo creía que Picasso siempre pintó raro».